Por Andrés Dauhajre hijo. nov 21, 2021

Arnold Toynbee, el historiador inglés del siglo XX, describe el magnum opus de este intelectual, como “una filosofía de la historia que es, sin duda, la obra más grande de este tipo que jamás haya sido creada por una mente, en cualquier momento o lugar”.

 

A continuación, plasmo, en castellano, la teoría que este genio del siglo XIV esbozó sobre la relación entre el nivel de las tasas impositivas y las recaudaciones fiscales. En el numeral “[36] Tributación y el motivo de los bajos y altos (ingresos fiscales)” del capítulo III de “The Muqaddimah: An Introduction to History”, publicado en 1377, traducido del árabe a inglés por Franz Rosenthal, dice lo siguiente:

 

“Debe saberse que, al comienzo de la dinastía, los impuestos generan grandes ingresos a partir de pequeñas contribuciones. Al final de la dinastía, los impuestos producen un pequeño ingreso a partir de grandes contribuciones.

 

La razón de esto es que cuando la dinastía sigue las enseñanzas, dichos y aprobaciones de la religión (Sunna), solo impone los impuestos estipulados por la ley religiosa, como los impuestos de caridad, el impuesto sobre la tierra y el impuesto a pagar por cada adulto (poll tax). Estos impuestos son pequeñas contribuciones porque, como todo el mundo sabe, el impuesto de caridad sobre la propiedad (tenencias de oro, plata y bienes) es bajo. Lo mismo aplica al impuesto de caridad sobre los cereales y el ganado, y también al impuesto a pagar por cada adulto, el impuesto a la tierra y todos los demás impuestos exigidos por la ley religiosa. Tienen límites fijos que no se pueden traspasar.

 

Cuando la dinastía abraza los sentimientos y la superioridad (política) del grupo (población), necesariamente tiene al principio una actitud de desierto (el lado bueno del nomadismo), como se ha mencionado antes. La actitud de desierto refleja bondad, reverencia, humildad, respeto por la propiedad de otras personas y falta de inclinación a apropiarse de ella, excepto en raras ocasiones.

 

Por tanto, los impuestos y gravámenes individuales, que en conjunto constituyen los ingresos fiscales, son bajos. Cuando la liquidación de impuestos y las contribuciones de los individuos son bajos, estos últimos tienen energía y deseo de hacer cosas. Los emprendimientos (“cultural enterprises”) crecen y aumentan, porque los bajos impuestos traen satisfacción. Cuando crece el emprendimiento, aumenta el número de contribuyentes individuales. En consecuencia, aumenta la recaudación tributaria, que es la suma de las contribuciones individuales.

 

Cuando la dinastía continúa en el poder y sus gobernantes se suceden, se vuelven sofisticados. La actitud y la sencillez de los beduinos pierden su significado, y las cualidades beduinas de moderación y austeridad desaparecen. Hace su aparición la autoridad real con su tiranía y la cultura sedentaria que estimula la sofisticación. La gente de la dinastía adquiere entonces cualidades de carácter relacionadas con la inteligencia. Sus costumbres y necesidades se vuelven más variadas debido a la prosperidad y al lujo en el que está inmersa. Como resultado, los impuestos individuales y las contribuciones sobre los individuos, los trabajadores agrícolas, los agricultores y todos los demás contribuyentes, aumentan. Cada gravamen y contribución individual se incrementa enormemente, con el fin de obtener una mayor recaudación tributaria. Los derechos de aduana se colocan sobre los artículos de comercio y (se cobran) en las puertas de la ciudad, como mencionaremos más adelante. Luego, los aumentos graduales en la cantidad de contribuciones se suceden regularmente, en correspondencia con el aumento gradual de las costumbres de lujo y muchas necesidades de la dinastía y el gasto requerido en relación con ellas. Los pesados impuestos se vuelven una obligación y una tradición, porque los aumentos se ejecutaron gradualmente y nadie sabe específicamente quién los aumentó o los estableció. Recaen sobre los individuos como una obligación y tradición.

 

Las contribuciones aumentan más allá de los límites de la equidad. El resultado es que el interés de los individuos por el emprendimiento desaparece, ya que cuando comparan gastos e impuestos con sus ingresos y ganancias y ven la poca ganancia que obtienen, pierden toda esperanza. Por eso, muchos de ellos se abstienen de todo emprendimiento. El resultado es que los ingresos fiscales totales disminuyen, a medida que (el número de) las contribuciones individuales baja. A menudo, cuando se nota la disminución, aumentan los montos de los impuestos individuales. Finalmente, los impuestos y contribuciones individuales llegan a su límite. No valdría la pena aumentarlos más. Los costos de toda empresa o “emprendimiento” son ahora demasiado altos, los impuestos son demasiado elevados y las ganancias anticipadas no se materializan. Por lo tanto, los ingresos totales continúan disminuyendo, mientras que los montos (tasas) de impuestos y contribuciones individuales continúan aumentando, porque se cree que tal aumento compensará (por la caída de los ingresos) al final. Finalmente, la civilización se destruye, porque el incentivo para la actividad empresarial se ha ido. Es la dinastía la que sufre la situación porque (es la dinastía la que) se beneficia de la actividad empresarial.

 

Si (el lector) comprende esto, se dará cuenta que el incentivo más fuerte para el emprendimiento es reducir, tanto como sea posible, los montos de los impuestos individuales sobre las personas capaces de emprender. De esta manera, estas personas estarán psicológicamente dispuestas a emprender, porque pueden estar seguras de sacar provecho de ello”.

 

¿Quién esbozó esa teoría sobre los niveles de impuestos y las recaudaciones fiscales? Abd al-Rahman Ibn Muhammad Ibn Khaldun al-Hadrami, mejor conocido como Ibn Khaldun y considerado como el padre de la sociología. Khaldun, un intelectual musulmán que vivió la mayor parte de su vida en Tunisia (1332-1406), escribió The Muqaddimah, en 1377, mientras residió en la antigua fortaleza de Qa’lat Ibn Salama, localizada en Tiaret, Argelia.

 

No tengo la menor duda de que los economistas que acaban de leer los párrafos anteriores encontrarán una asombrosa similitud entre la teoría de Khaldun y los planteamientos de los economistas de la oferta, presentados 597 años más tarde, cuando Arthur Laffer, el 13 de septiembre de 1974, plasmó su famosa curva en la servilleta del restaurant Two Continents del Hotel Washington, dedicada a Don Rumsfeld y tomada como “souvenir” por Jude Wanniski.

 

Los economistas prácticos, como Laffer, no deben sentirse mal por estas coincidencias.  Recordemos que Keynes advirtió que “los hombres prácticos, los que se creen completamente exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista difunto”. Parafraseando al más influyente de los economistas de todos los tiempos, bien podríamos afirmar que “los economistas prácticos, los que se creen completamente exentos de cualquier influencia filosófica-religiosa, suelen ser esclavos de algún gran filósofo-sociólogo difunto”.

 

Esta última frase, sin embargo, es una mesa que intenta sostenerse con una sola pata. Khaldun no sólo es el padre reconocido de la sociología. Muchos lo consideran también como padre de la historiografía y la demografía. Su alcance no se detiene ahí. Cuando nos adentramos en The Muqaddimah, conocido también como Prolegomena, descubrimos que Khaldun, practicamente 400 años antes de que Adam Smith publicase “Las Riquezas de las Naciones”, plantea la teoría del valor trabajo (el trabajo es la fuente de valor); esboza algunos principios de la economía del trabajo; explica como el trabajo es la fuente del crecimiento y la acumulación de capital; analiza la interacción de variables como la oferta, la demanda y los beneficios; incursiona en la macroeconomía, no sólo con su teoría de los impuestos que luego utilizaron Kennedy y Reagan para justificar sus famosos recortes impositivos, sino que introduce los fundamentos de la demanda (agregada) efectiva de Keynes, el concepto del multiplicador de Richard Khan, el rol del gasto del gobierno, la teoría del dinero, y nos entrega las semillas que luego utilizaría David Hume, en 1752, para mostrar las ganancias del comercio internacional. Como se ve, el intelectual musulmán no parece ser sólo el padre de la sociología, la historiografía y la demografía. Como bien plantea Ibrahim Oweiss, profesor de la Universidad de Georgetown y acuñador del término “petrodólar”, Khaldun reúne méritos suficientes para reclamar también la paternidad de la economía, certificado que hasta ahora ha recibido Smith. Como se ve, prácticamente todos somos esclavos de este sociólogo, historiador, demógrafo y economista musulmán difunto.

 

Es lamentable que Schumpeter, al redactar su monumental Historia del Análisis Económico (1954), no dedicó ni una línea a los aportes que los economistas musulmanes (Abu Hamid Al-Ghazali, Ibn Taimiyah, Ibn Qayyim y Abu Yousuf, entre otros) realizaron durante llamada Edad Oscura (“Dark Ages”) que transcurrió entre la cultura intelectual de la antigüedad y el Renacimiento en el norte de Europa. Schumpeter, por alguna razón olvidó que, aunque Europa estuvo atrapada en la oscuridad intelectual entre los siglos VII y XI, como bien señala el profesor Ghazanfar en Pensamiento Económico Islámico Medieval (2003), “los portadores de la antorcha del conocimiento antiguo durante el período medieval fueron los musulmanes, y fue de ellos que se encendió el Renacimiento y se inspiró la Ilustración”, no sólo en el área de las ciencias y las matemáticas, sino también en la economía.  De ahí que los 35 premios Nobel de economía de origen judío, que podrían creerse libres de cualquier influencia intelectual de sus vecinos de piel más tostada, son esclavos de este economista árabe difunto.


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