No me estoy refiriendo a los responsables del corte de cables en el AILA que provocó el apagón en la iluminación de las pistas de aterrizaje y despegue. Me estoy refiriendo a otros que, con toda seguridad, me atrevería a decir que nunca han escuchado y mucho menos leído a Arthur Cecil Pigou. Cien años atrás, Pigou, en su trascendental “The Economics of Welfare” (1920), presentó el primer análisis formal y riguroso sobre el concepto de las externalidades positivas y negativas. El consumo de cigarrillos, por ejemplo, da lugar a una externalidad negativa. La acción de fumar cigarrillos produce efectos nocivos en terceros, efectos que no están incorporados en la totalidad de los costos. Para compensar a la sociedad por ellos, se establecen los llamados impuestos pigouvianos.
El concepto de la externalidad negativa no está limitado a las actividades de producción, consumo e inversión que tienen lugar en la geografía económica. En muchos casos, se verifican también en actividades que podemos definir como no económicas. No hay mejor ejemplo en este momento que la decisión individual de aquellos que, en medio de la pandemia del Covid-19 que está afectando al mundo y a nuestra nación, se niegan a ser vacunados. Algunos porque creen que la vacuna les producirá reacciones adversas y prefieren asumir el riesgo de contagiarse al de enfermarse por una reacción adversa a la vacuna; algunos porque desconfían de los laboratorios que han producido la vacuna; otros porque en su geografía religiosa la asocian con el demonio; algunos arropados del manto de la ignorancia porque entienden que su fe los protegerá; otros porque prefieren esperar un “tiempo prudente” para ver cómo reaccionan los vacunados; muchos jóvenes porque entienden que es mínima la posibilidad de que el contagio los enferme gravemente; y algunos porque creen que la vacuna afectará su fertilidad, entre otras razones.
Estos individuos, vacuna-free, salen a diario a las calles a relacionarse con el resto de la población. Como el coronavirus en muchos casos es asintomático, este ejército de irresponsables, al salir a las calles posiblemente cargados del virus, sueltan sus descargas a todo el que se les aproxima, acelerando la propagación del mismo. Es a estos terroristas a los que nos referimos en este momento en que todos los dominicanos, comenzando con nuestras autoridades gubernamentales y nuestros médicos más prestigiosos, están muy preocupados y alarmados por lo que apunta a convertirse en la tercera ola de covid-19 que estamos enfrentando.
No sé usted, pero yo no encuentro mucha diferencia entre un terrorista que parquea un carro-bomba frente a un edificio, lo hace explotar y mata cientos de personas, y los terroristas silentes que, cargados de covid-municiones contagian, enferman gravemente y matan a decenas de dominicanos cada vez que salen a las calles sin mascarilla y sin haberse vacunado completamente.
Como vivimos en una democracia respetuosa de las libertades individuales que no corrigen por el nivel de ignorancia de las personas, los gobiernos evitan tomar medidas que, en geografías autoritarias son comunes. Pienso, por ejemplo, que en el Taiwán de Chiang Kai-shek o en el Singapur de Lee Kuan Yew, solo los dementes, luego de una firme “exhortación” a ponerse la vacuna y usar mascarilla, andarían por las calles sin haber sido vacunados y con la mascarilla como bufandas.
El gobierno ha hecho un gran esfuerzo para conseguir las vacunas y posiblemente no va a descansar hasta conseguir todas las que requerirá el mayor proceso de movilización de personas en nuestro país desde la fundación de la República. Al 28 de mayo, República Dominicana había recibido un total de 5,646,200 dosis de vacunas. Al 28 de mayo, 1,033,751 personas habían recibido las dos dosis de las vacunas Sinovac y AstraZeneca, equivalente al 9.8% del total de la población. Otras 2,212,481 personas han recibido una sola dosis, equivalente al 20.2% de la población total. Lo anterior quiere decir que al final de ese día, el país disponía de un inventario de 1,366,217 dosis para seguir vacunando. El Gobierno espera seguir recibiendo más vacunas en esta semana procedentes de China y, posiblemente, durante junio comenzaremos a recibir los primeros despachos de la Pfizer.
Si el gobierno dominicano le pidiese a Pigou algunas sugerencias para motivar a los dominicanos a vacunarse, posiblemente podría sugerir algunas de las siguientes medidas: (1) las empresas quedan autorizadas a despedir, sin pagar prestaciones laborales, a los trabajadores que se nieguen a ser vacunados; (2) el Gobierno Central y las instituciones descentralizadas retendrán el salario de aquellos empleados del Estado que rehúsen vacunarse; (3) quienes opten por no vacunarse, no podrán beneficiarse de ninguno de los programas de asistencia social focalizada del Gobierno; (4) no podrán renovar su pasaporte, licencia de conducir y la matrícula de sus vehículos aquellas personas que no estén vacunadas; (5) los hoteles no podrán recibir en sus instalaciones a los nacionales no vacunados; los hoteles que violen el mandato, perderán ipso facto todas las exenciones tributarias que disfrutan; (6) no podrán viajar al exterior aquellos nacionales que no hayan recibido por lo menos una dosis de la vacuna; y (7) las iglesias que no motiven abiertamente a sus fieles y a la población en general a vacunarse, perderán la amplia variedad de exenciones y exoneraciones impositivas que hoy disfrutan.
Es posible que Pigou sugiera algunas medidas para los que violen el uso mandatorio de la mascarilla. En el caso de los que salgan a las calles sin mascarillas, tres cañazos de intensidad media; si la mascarilla es utilizada como bufanda o para cubrir la barbilla, dos cañazos; si es utilizada cubriendo únicamente la boca y dejando libre la nariz, un cañazo. Si el uso del cañazo, penalidad utilizada en el Singapur de Lee Kuan Yew para estimular el comportamiento civilizado, se considera abusivo, se podría sustituir por el sistema que obliga a los violadores del protocolo a compartir una ambulancia con un paciente “fake” de covid, aplicado por la policía de Tamil Nadu en India, muy efectivo para disciplinar a los violadores de las reglas.
Tranquilos, Pigou murió hace 62 años y no parece probable que, en estos tiempos de democracia liberal, donde sólo hay lugar para medidas “políticamente correctas” y “definitivamente populistas”, a alguien se le ocurra sugerir al Gobierno medidas extraídas del imaginario mundo pigouviano. No por ello debemos cruzarnos de brazos. Cuando analizamos la dinámica del promedio móvil de 7 días de los casos de covid-19 por cada millón de habitantes, observamos que República Dominicana tenía 30 casos el día 3 de mayo. A partir del día 4 de mayo, iniciamos una escalada que nos ha llevado a 103 casos al 29 de mayo. Los dos principales destinos que compiten con nosotros (México y Jamaica), en ese mismo período, registran un descenso considerable, hasta el punto que México y Jamaica exhibieron el 29 de mayo, un promedio móvil de 7 días de 18 y 23 casos por millón de habitantes, respectivamente. Mientras el 29 de mayo del 2020 teníamos un cambio quincenal de casos confirmados de COVID-19 de 7.66%, uno de los más bajos de América Latina y el Caribe, el 29 de mayo de 2021, registramos el segundo más alto de la región, con 51.46%, superado únicamente por Bolivia (59.36%). Nuestros competidores en el turismo, México y Jamaica, en cambio, registraron reducciones de -6.37% y -21.63%, respectivamente. Resulta cuesta arriba convencer a los turistas de que vengan a nuestras playas cuando en nuestros hospitales, según las informaciones ofrecidas por nuestros médicos más prestigiosos, no hay camas disponibles para pacientes de COVID-19.
El Gobierno dominicano tendrá que pensar en opciones para acelerar el proceso de vacunación, estimular el uso efectivo de la mascarilla y educar a la población de que sólo a las dos o tres semanas después de haber recibido la segunda dosis de la vacuna, el vacunado adquiere un nivel razonable de protección frente a un virus nuevo, que todavía desconocemos mucho sobre el y que sólo el tiempo nos ayudará a combatirlo con efectividad. Y claro, ponderar algunas opciones no muy democráticas para lidiar con los terroristas silentes.