Por Andrés Dauhajre hijo. ene 31, 2022

Uno de los cinco supuestos fundamentales para el buen funcionamiento del mercado es que tanto los compradores como los vendedores disponen de información perfecta o suficiente para tomar decisiones bien fundamentadas y, por tanto, correctas. Los productores conocen las capacidades de producción de las demás empresas en el mercado y tienen acceso inmediato a cualquier recurso utilizado por otros vendedores para producir un bien. Tanto los compradores como los vendedores conocen todos los precios que cobran otros vendedores.

Cuando la información en poder de los compradores o vendedores es imperfecta o inadecuada, tiene lugar una falla del mercado. Esto significa que el precio de demanda o de oferta no refleja el beneficio o el costo de oportunidad de un bien. La falta de información por parte del comprador puede significar que el comprador termine pagando un precio más alto o más bajo por el producto porque no conoce sus beneficios reales. Por otro lado, la información inadecuada por parte del vendedor podría llevarlo a aceptar un precio más alto o más bajo por el producto que el costo de oportunidad real de producirlo.

George Akerlof, Premio Nobel de Economía en el 2001, mostró en 1970 cómo la información asimétrica puede dar lugar a una selección adversa y socavar la eficiencia del mercado. La información asimétrica tiene lugar cuando uno de los agentes económicos que realizan una transacción en el mercado posee mayor conocimiento material que el otro. Esto suele ocurrir cuando el vendedor de un bien o servicio posee un conocimiento mayor que el comprador. Para corregir o moderar el impacto que la información imperfecta, incompleta o asimétrica tiene en el buen funcionamiento del mercado, han surgido instituciones económicas y legales, como auditores, aseguradores, contadores o concesionarios de automóviles usados, a menudo surgen para limitar la selección adversa y permitir que el mercado funcione.

Los economistas reconocemos que en ocasiones se producen fallas en el funcionamiento del mercado que requieren de intervenciones del Gobierno para moderarlas o corregirlas, siempre y cuando tengamos la seguridad de que dicha intervención, no creará un problema mayor que el producido por la ausencia de información suficiente de parte de todos los que participan en transacciones de compraventa en el mercado. Estamos conscientes  que, en muchas ocasiones, las fallas del mercado generan menos pérdidas de bienestar general que las fallas que producen muchas de las intervenciones gubernamentales ejecutadas por burócratas, muchas veces arrastrados por dilatados prejuicios ideológicos.

No sólo el mercado puede fallar en su propósito de que el libre intercambio de los agentes económicos derive en toma de decisiones óptimas cuando la información que disponen las partes involucradas es diferente, incompleta o inadecuada. La democracia, para que funcione bien, requiere que los votantes (compradores) estén adecuadamente informados sobre la seriedad y calidad de las ofertas de los candidatos de los partidos u organizaciones políticos (vendedores). Como señala Jennifer Hochschild, profesora de Gobierno de la Universidad de Harvard, “Tres puntos no controvertidos dan lugar a una paradoja: 1) Casi todos los teóricos democráticos o actores políticos democráticos consideran que un electorado informado es esencial para una buena práctica democrática. Los ciudadanos necesitan saber a quién o qué están eligiendo y por qué, de ahí los llamados urgentes a una educación expansiva y financiada con fondos públicos, y derechos a la libertad de expresión, reunión, prensa y movimiento. 2) En la mayoría, si no en todas las entidades políticas democráticas, la proporción de la población a la que se le otorga el sufragio se ha expandido constantemente, y rara vez se ha contraído, durante los últimos dos siglos. La mayoría de los observadores, y yo, estamos de acuerdo en que expandir el derecho al voto hace que un estado sea más democrático. 3) La mayoría de las expansiones del sufragio atraen, en promedio, a personas que están menos informadas políticamente o menos educadas que las que ya son elegibles para votar”.

Hochschild agrega que “la combinación de estos tres puntos no controvertidos lleva a la conclusión de que a medida que las democracias se vuelven más democráticas, sus procesos de toma de decisiones se vuelven de menor calidad en términos del procesamiento cognitivo de los problemas y la elección de candidatos. La paradoja es tanto histórica: ¿por qué las democracias han ampliado el derecho al voto para incluir a votantes relativamente ignorantes?, y normativa, ¿por qué las democracias deberían expandir el sufragio para incluir votantes relativamente ignorantes?”.

La profesora de Harvard sostiene que en el caso de EE. UU., “los votantes no son realmente tan ignorantes; Estados Unidos no es y nunca ha sido realmente una democracia; y se han desarrollado instituciones o reglas electorales para sustituir el conocimiento de los votantes”. Hochschild concluye que “la democracia no necesita, o no necesita principalmente, ciudadanos cognitivamente sofisticados; y la democracia ofrece beneficios que superan los déficits de la falta de conocimiento de los ciudadanos”. Al final, sin embargo, exhibe una notable honestidad intelectual, cuando reconoce que, a pesar de ofrecer algunas reflexiones en el plano histórico y normativo, no puede “disolver genuinamente la paradoja”. La experta en “Government” de Harvard publicó su investigación en el 2010.  Desconocemos si hoy, luego de las elecciones presidenciales de noviembre de 2016 en los EE. UU., tiene la misma percepción que tenía en el 2010. 

En América Latina y el Caribe, existe una creciente preocupación sobre los resultados que están emanando de las urnas que contienen los votos de millones de latinoamericanos que concurren a las elecciones, sin realmente disponer de la información suficiente sobre las ofertas de los candidatos de los partidos y/o movimientos políticos, y de las herramientas o “knowledge” para analizarlas, ponderarlas y determinar si las mismas son viables, realistas o posibles. A diferencia del planteamiento de Hochschild para los EE.UU., no estoy seguro que en la región dispongamos de instituciones o reglas electorales que permitan compensar el desconocimiento de los votantes. Quizás, de cara a lo que ha estado sucediendo en los últimos tiempos, ha llegado el momento de que los cientistas políticos de la América Latina y el Caribe, comiencen a pensar en posibles instituciones o reglas electorales que permitan hacer frente, ex ante, a la falla de la democracia que tiene lugar cuando millones de votantes (compradores) van a las urnas sin disponer de información adecuada y completa sobre la sensatez y viabilidad de las ofertas que los candidatos (vendedores) nos presentan. De esa manera, nuestros cientistas políticos, harían una gran contribución al buen funcionamiento de la democracia en nuestra región.

El 11 de noviembre de 1947, Winston Churchill señaló lo siguiente: “Muchas formas de gobierno han sido probadas y serán probadas en este mundo de pecado y aflicción. Nadie pretende que la democracia sea perfecta o sabia. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno excepto por todas aquellas otras formas que se han probado de vez en cuando…”. A medida que han ido pasando los años, el aplauso a esta lapidaria frase de Churchill ha ido perdiendo intensidad. La disfuncionalidad de dilatadas democracias como la norteamericana, el evidente rezago de Europa Occidental en el plano económico y científico, y los periódicos saltos al vacío que dan los pueblos latinoamericanos en democracia cuando eligen “lo que sea” para vengarse de lo existente, contrasta con el progreso económico y social de países (como China y Singapur) que han abrazado “un proyecto de nación” y lo han ejecutado sin contratiempos, a pesar de la cesión de determinados derechos de libertad política que garantiza la democracia.

Así como los economistas han dedicado tiempo a diseñar mecanismos y políticas que garanticen el buen funcionamiento del mercado en situaciones de información incompleta o insuficiente para todos los participantes, creemos que a los cientistas políticos les llegó la hora de pensar con profundidad, sobre cómo podemos evitar la falla de la democracia provocada por los votos depositados por millones de ciudadanos afectados por el déficit de información y la ausencia de herramientas  que les permitan calificar las ofertas electorales que les son presentadas. Si este problema no es abordado a tiempo, corremos el riesgo de que en pocos años observemos un tránsito acelerado en la región desde la democracia a la oclocracia o gobierno de la muchedumbre, sistema político que tiene como objetivo alcanzar y mantenerse en el poder, buscando la ilusoria legitimidad en el sector más ignorante de la sociedad, hacia el cual vuelcan todos sus esfuerzos propagandísticos y manipuladores.

Es cierto que Churchill nunca afirmó que “el mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio”. Pero, ante la evidencia de lo que ha estado sucediendo en muchas democracias en el mundo en los últimos años, probablemente le habría encantando haberlo dicho.

 




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